Al tiempo, y a causa de pasar la mayor parte del tiempo en la Expo trabajando y escuchando la música de dicho espéctaculo, lo llegué a detestar resultándome una melodía muy estridente. Sin embargo no podía dejar de verlo noche tras noche a las 22.30 en las gradas del Ebro cada vez que me tocaba trabajar en dicha puerta. Cada vez que lo veía encontraba algo nuevo de lo que no me había percatado las veces anteriores. Me apasionó, realmente reforzó la conciencia que ya tenía sobre el tema.
Realmente no es un espectáculo infantil y a muchisima gente le desagradó. Las personas, en lugar de hacer frente a la realidad la rechazamos, igual que se rechazaba el dramatismo del iceberg en lugar de ver su grandeza. Sin embargo, lo que está claro es que el rostro aterrado que aparecía en medio del iceberg así como la increible fusión entre imágenes y música siempre permanecerá en nuestra memoria aun cuando hoy día solo vemos los restos de uno de los grandes espectáculos esparcidos sobre el Ebro.